Mi padre se encontraba haciendo los recados por el barrio como cualquier viernes por la mañana; subía por una de las aceras arboladas de la calle Jacinto Verdaguer, cuando tras adelantar a varias señoras que con animada conversación empujaban los carritos de sus nietos, se encontró de frente con un hombre que se tambaleaba mientras era esquivado por los transeúntes, bien por que pensaran que estuviera borracho, bien porque sus ajetreadas vidas les impidieran dedicar un poco de su valioso tiempo a preocuparse por la persona.
Mi padre, desgraciadamente como otras muchas personas, vive escarmentada de gente que no merecería ser ayudada ni aunque le fuera la vida en ello, pero dió un vistazo rápido al hombre y decidió tratar de asirlo por debajo de los hombros, y así evitar que cayera mientras le preguntaba:
– ¿Qué le pasa hombre? ¿se encuentra bien?-
– ¡Me mareo!¡me mareo! No puedo ver bien… – decía el hombre con voz temblorosa.
– Tranquilo, le llevaré al ambulatorio para que le vea un médico –
Mi padre, gallego de mollera y de constitución, hombre afable y tranquilo pero firme y un poco pesado, y pese a sus 73 años, pudo ayudar al hombre a llegar hasta el ambulatorio que había unos 500 metros más arriba. Cuando entró al recinto, rápidamente llamó a una de las personas que había en el mostrador para explicarle cómo había encontrado al hombre un momento antes, y que avisaran a un médico o a cualquier persona que pudiera atenderle; al momento llegaron un par de personas que se llevaron en una silla de ruedas al hombre, mientras mi padre, devuelto por su mente a sus quehaceres habituales, preguntó a la chica que le había atendido si podía marcharse; lógicamente ésta le dijo que sí, que ya había hecho la buena acción del día.
Mi padre, días después supo que al hombre al cual había ayudado, vivía dos porterías más arriba de su casa, y aún llevando más de 40 años viviendo a unos metros, por esta vorágine que nos aturde en las grandes ciudades, no habían reparado nunca uno en el otro. El caso es que desde entonces, José, que así se llama, cuando se cruza por la calle con mi padre, siempre comenta a sus acompañantes:
– ¡Mira! ¡este es el hombre que me salvó la vida! – Y es que por lo visto tuvo algún tipo de ataque que mi padre no sabe nombrar, cosas de la edad, pero que de haberse demorado en su atención, podía haber sido mortal.
Mi padre, hombre sencillo, gallego como dije, ni le da importancia, ni lo cuenta con ningún afán de aprobación, simplemente sonríe y siempre le pregunta cómo se encuentra. No hay más en él.
Ha sido mi padre quien me recordaba esta misma tarde esta historia en el hospital, donde esta ingresado desde hace unos días. Y es que el pasado viernes por la mañana, tras salir volando de casa porque tenía un gran dolor en el pecho, corría lo que podía hacia una de las principales arterias de la ciudad, en la que esperaba bien coger rápidamente un autobús para el hospital, o bien parar algún taxi con el mismo destino. Instinto de supervivencia o subidón de adrenalina, el caso es que tras no ver ningún transporte presto para su ayuda, y manteniendo la calma, sorprendente en él, ya que es persona muy nerviosa, recordó que un tiempo atrás había acompañado a José al ambulatorio unos metros más arriba, así que sin pensarlo dos veces, y con un tremendo dolor que cada vez le oprimía más el pecho, continuo hacia el dispensario.
Al llegar, saltándose la cola, pero con la tarjeta sanitaria en la mano, detalle muy propio de él, pidió rápidamente que por favor pidieran una ambulancia, que el dolor del pecho ya no le dejaba continuar más. Sin pensarlo, la chica del mostrador llamó por teléfono, y una persona apareció corriendo con una pastilla que le colocaron bajo la lengua, luego, lo recostaron en una camilla y fue atendido hasta que llegó la ambulancia. El resto sigue hasta acabar en una habitación de la unidad de coronarios, con un gran susto de los que depara la vida, pero del que afortunadamente saldrá para continuar disfrutando.
Es posible que gracias a esta serie de reacciones, mi padre este vivo a día de hoy, tan solo con una pequeña lesión en su corazón; primero porque es un hombre fuerte y saludable (y pesao) según dicen los doctores, y segundo porque como él mismo ha dicho: «me acordé de aquel hombre».
Así que, cosas de la vida, la próxima vez que mi padre encuentre a José le podrá decir: este hombre me salvó la vida.
Esto es una historia real, de las que la vida te reserva, pero nunca te prepara. Mi padre sufrió un infarto hace tres días, y empieza una nueva cuenta para él. Estas cosas vienen sin avisar, y se van siempre dejando cosas para aprender y recordar. Mi consejo, disfrutemos de lo que tenemos en cada momento, ya que no es poco; al final del camino, porque siempre hay un final, deberíamos poder decir, he disfrutado, he sido feliz. Yo al menos, espero que sea suficiente.
Buenas Isra.
Oye, vaya historia. Me alegro que tu padre vaya mejor. Luego te llamo y hablamos.
Buenas Israel.
Espero que todo haya podido volver a la normalidad. Hacía tiempo que no pasaba por esta tu casa a comentar, he tenido menos actividad en la red y he tirado del RSS.
Sólo desearte que pases buen año y que tanto abuelo como nieto se encuentren bien.
Felices Pascuas.
Saludos David. xD
Feliz Año Nuevo. Menuda historia y ¡vaya regalo de Navidad!.
Gracias a todos por los comentarios. Ya veis, causalidades o casualidades de la vida, pero las navidades han sido especialmente bonitas…
Gracias
Inspirador. ¡A colgarlo de facebook!
Puedes colgarlo, pero con clavos buenos, que no estamos para más caídas…
Saludos
Hola campeón!!
Na sabía nada, espero que tod siga bien!! Dale un fuerte abrazo a tu padre y a toda la familía!!!!
Mi padre tambien nos dio un susto parecido, hace ya más de 18 años!! Y afortundamente no se ha vuelto a repetir.
Y sí!! La vida, de una forma inusual y sin preguntar, te va preparando, solo debemos saber disfrutar de ella.
Un beso!!
Joer Isra, aun sabiendo lo que le había pasado a tu padre, me he leído tu artículo y me ha conmovido…..