Hoy mientras comía un día más fuera de casa,observaba como siempre mi entorno.
Un posible comercial en la mesa de enfrente, bien arreglado y afeitado, leyendo un diario deportivo, con una posición un tanto inclinada hacia la mesa, lo que me ha hecho sospechar que no tiene bien la vista (si me está leyendo, le recomiendo que visite una óptica. El bar era más bien oscuro, pese a ser mediodía, la elección de los colores, marrones con dorados, la gran cantidad de madera, y las únicas luces colgadas de pared de color amarillento, hacían del lugar un escenario color sepia, antiguo, mustio, eso sí, consiguiendo un remanso de tranquilidad contra el bullicio habitual de otros lugares. Me he imaginado que ha cambio de unos buenos descuentos y un buen contrato, el restaurante ha colgado en sus paredes innumerables objetos y fotos históricas de la celebérrima cerveza Damm, sino, es que el dueño siente una pasión desmedida por la marca, que posiblemente acabe, sino lo ha hecho ya, con su hígado sobre una fría plancha metálica.
En la mesa de al lado, 10 minutos más tarde, se ha sentado un tipo con poco pelo, gafas y una piel tan blanca que realmente desentonaba con el lugar. Ha llegado hablando por el móvil, dando no sé qué instrucciones de comprar no se qué material. El tipo tardaba tanto en colgar el teléfono, que al mismo camarero que le ha traído la carta mientras hablaba, le ha dicho rápidamente y sin dejar de hablar con su interlocutor: “una ensalada y costillas”. Esto no lo he escuchado al momento, mi oreja está algo maltrecha desde mi primer trabajo como mecánico de prensas, pero en mi continua observación del lugar, he podido ver los susodichos platos que han terminado en el buche de nuestro ocupado amigo.
A todo esto, iba viendo como el supuesto maître del lugar, iba y venía con una PDA en sus manos, pidiendo platos y bebidas, los cuales eran servidos con una rapidez asombrosa. Eso me ha hecho pensar en el posible sistema informático instalado en el lugar: una o dos PDA para emitir pedidos; un par de pantallas, una en la barra para las bebidas, y otra en la cocina, para los platos. Tras confirmar mis sospechas ¡sorpresa! Una nueva pantalla al final del negocio, bien protegida por una chica cuyas espaldas permitirían cruzar el estrecho de Gibraltar sin problemas, en la que se recibía el resumen de lo consumido en tu mesa, para que a tu salida únicamente indicaras el número de mesa.
Y…¡¡¡plaf!!! El comercial acaba de tirar la vinagrera al suelo y se ha reventado…
– ¡ostia! – Ha dicho él.
– ¡ostias! – He dicho yo.
Nos hemos cruzado miradas, y haciendo gala de este gen heredado de mi padre, gallego hasta las entrañas, he pensado hacia mis adentros: aaaaaaayyyy, si se veía venir. Si es que en una mesa tan pequeña, leer el periódico, alardear de PDA y comer no son actividades compatibles.
A todo esto, un rico olor a vinagre comienza a invadir el ambiente, un afanoso camarero aparece con un cubo y una fregona; mientras tanto, yo doy cuenta de mi segundo plato, unos canelones gratinados un tanto requemados por arriba. El camarero, con su mocho, yo, con mis canelones, el último asistente, enganchado a su móvil, y el pulido comercial disculpándose con frases tontas como ¡disculpa!¡mira que no rompo nunca nada! Pero por el amor de Dios, cállate, un poquito de dignidad, un accidente es un accidente, si te oyeran tu padres…
Pues bien, aquí el menda, que es más bocazas que el monstruo de la galletas, y como si se encontrara entre amigos ha soltado: ¡hombre! Al menos el vinagre le irá bien al suelo. Comentarios jocosos como este, suelo hacer muchos, y de hecho nadie me va a quitar las ganas de momento, pero un silencio extraño, y una mirada vacía, casi punzante del camarero me ha dado a entender que no ha entendido la gracia, o que directamente ha pensado: ¡mira el gilipollas este, como si no limpiáramos el suelo aquí cada día!
Yo lo he dicho por soltar la gracia, patología arraigada en mí; por suavizar una escena nada grave, y porque el vinagre tiene un poder desengrasante conocido desde antaño, pero…
Despues de eso, he comenzado a pensar en lo difícil que somos las personas, nuestro día a día, realmente cada persona es un mundo, y cada mundo tiene sus momentos, así que las combinaciones son infinitas.
Continuando, el camarero de la PDA, que sufrirá de codo de tenista en breve a consecuencia de su postura de trabajo, después de haberme pedido el postre y yo haber dado cuenta de él, se acerca a preguntarme si tomaré café. En menos de un minuto, tras haber pedido mi poleo-menta, y mientras yo anotaba en mi PDA las notas que han dado pie a este artículo, un camarero, este sí de buen humor, me ha traído la infusión mientras me decía: “cómo me has pedido la infusión con un mensaje con tu “chisme”, aquí está, más rápido imposible”.
Y bien, todo este rollo ¿para qué? Pues yo he sacado un montón de conclusiones de esta situación; sobre gestión, sobre estrategia, sobre recursos humanos, sobre marketing, sobre informática… Pero me encantaría saber que alguien más las puede ver ¿os animáis a escribirlas en los comentarios?